Benoit, al grano
Por Raúl Benoit
Frustrado y humillado, con ganas de agraviar al primero que se le cruzara en su camino, Juan Antonio me dijo furioso al salir de un almacén de artículos electrónicos: “Ojalá que Obama los haga pagar todo el daño que hicieron”.
Le negaron un crédito en la tienda que visitó como buen cliente por ocho años. Su primer error fue dejar de usar la tarjeta de ese almacén durante diez meses, pero tuvo otra gran falla: no pagó la deuda mensual de su casa.
Entonces, Juan Antonio perdió la vivienda en un “foreclosure” (ejecución de una hipoteca). A partir de ese momento, tuvo que enfrentar las consecuencias: lo satanizaron, se convirtió en un paria en el mundo financiero y en un leproso del sistema crediticio, como millones de personas que terminaron sin hogar en Estados Unidos, tras la crisis hipotecaria y después la bancaria. Fueron víctimas de la ambición de los “terroristas financieros”.
Patricia, otra amiga desconsolada, quien es periodista, me contó que perdió todo su capital de 20 años de trabajo, el cual había invertido en la empresa de Bernard Madoff, ladrón de cuello blanco malversador de los ahorros de personas que confiaron en su prestigio. Madoff está acusado de crear un fraude de 50 mil millones de dólares. En esa estafa cayeron jubilados y trabajadores modestos, como Patricia.
Madoff podría ser condenado a 20 años de prisión pero, por ahora, sólo “sufre” el arresto domiciliario en su lujosa vivienda de Manhattan.
Juan Antonio y Patricia han puesto sus esperanzas en Barack Obama, como millones de estadounidenses, quienes están convencidos que este presidente salvará a la nación de la crisis que atraviesa. Un caos que fue engendrado por el libertinaje financiero y auspiciado frescamente por George Bush.
¡Compadezco a Obama! Tiene demasiado peso sobre sus hombros. Recibe de manos de Bush un país en bancarrota, avergonzado de transitar por esta difícil situación socio-económica y vilipendiado mundialmente por una guerra inútil.
Obama debería comenzar castigando a los terroristas financieros y a todos sus cómplices, especialmente a quienes se encubrieron en el poder.
Como estos malhechores saben que él podría hacerlo, su vida corre un potencial riesgo. Pero, lo que no prevén los que pudieran estar pensando en matarlo, es que, por primera vez en la historia de este país, millones de personas serán guardaespaldas de su presidente. ¡Que ni se atrevan a tocarle un pelo!, me comentó un mesero salvadoreño en Washington, quien estará presto a señalar peligros.
El optimismo y la esperanza de la gente en Estados Unidos y de varios pueblos en Latinoamérica ante la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca, alguien que aparentemente se identifica con los ideales de la gente común, no podría ser segado por aquellos que tal vez pretenderían sepultar sus pecados y que perciben una amenaza a sus salvajes intereses.
Entonces, sin temblarle la mano, Obama debería condenar a los que robaron a los norteamericanos, no al escarnio público, que sería una pena leve; los castigos tendrán que ser ejemplares para que no se repita la historia y los egoístas banqueros y financistas, los verdaderos terroristas de la economía, sepan que recibirán el peso de la ley si no respetan el dinero y el patrimonio ajeno, conseguido por la mayoría con el sudor de la frente.
Después de castigar a los culpables de la pérdida de viviendas y dinero de muchos, le corresponde rehacer la economía. Podría principiar por eliminar el trabajo ilegal, visando a los inmigrantes indocumentados. Con esa fuerza laboral, sin lugar a dudas podrá recomenzar.
También debería mirar con generosidad al sur, cambiando el rumbo de la nación otrora más poderosa del mundo.
(www.raulbenoit.com)
domingo, 18 de enero de 2009
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